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febrero 25, 2008 a las 7:14 pm #3180
admin
SuperadministradorBienvenida de Buen Trato
El mayor error que se puede cometer por parte de los educadores es olvidarse que alguna vez se fue niña, niño o adolescente, con sentimientos, opiniones, intereses y necesidades propias de la edad. Ponerse en el lugar del otro invita a entender sus dificultades, opiniones, sentimientos y reacciones, propiciando así una mayor y mejor comprensión dentro del proceso enseñanza-aprendizaje.
Una educación basada en derechos tiene como punto de inicio las necesidades y los intereses de la niñez y la adolescencia. En tal sentido la o el educador es fundamentalmente un facilitador-orientador teniendo presente a niñas, niños y adolescentes como sujeto de derecho.
Entender a cabalidad a la niñez y adolescencia, implica estar informados y sensibilizados ante las características propias del desarrollo evolutivo y de las etapas que debe afrontar en su desarrollo psicosocial, y como estas etapas naturales se conectan con las fases propias del sistema educativo. Una de ellas es la inserción en la tercera etapa de educación básica, en la cual se yuxtaponen dos momentos peculiares en el desarrollo evolutivo y en la progresión escolar: la entrada a la pubertad y la entrada al 7mo. Grado; ambas con muchas interrogantes y expectativas que ayudarán, poco a poco, a reafirmar las bases de la personalidad y del éxito o fracaso escolar.
La adolescencia constituye un período crítico en la historia de cada persona pero también de su grupo familiar. En esta fase del ciclo vital se intensifican los dilemas humanos, y de la manera como el adolescente resuelva esta crisis dependerá en parte el lugar que él o ella ocupará posteriormente en el sistema jerárquico social. Uno de los temas más importantes de este período lo constituye la formación de la identidad social, según se comporte su entorno hacia él, en especial sus amigas y amigos, el adolescente se hace una imagen de lo que él significa para los demás. En este orden de las prioridades, los adultos pasan un plano atrás; hay poca motivación para tratar con ellos, el adulto deberá tener un «don» especial para poder despertar el interés de las y los púberes.
. El «salto» entre 6to. y 7mo. Grado, implica un cambio total en el paradigma de vida de una niña o un niño, no sólo desde la técnica educativa, sino hasta la concepción de sus relaciones con sus iguales y, por supuesto, con sus docentes.
Para entender esto es necesario recordar y volver a sentir esta etapa. Al preguntársele a docentes sobre lo que pensaban al llegar al bachillerato, ellas y ellos planteaban que sentían:
• Orgullo y alegría, ante ese sentimiento de ser más grande, de haber superado etapas.
• Ansiedad y temor, ante un reto desconocido: otro uniforme, otra organización, otros maestros, otro liceo… un cambio total, quizá el mayor para muchas y muchos en sus primeros 11 años de vida.
• Expectativas enormes sobre su rendimiento y sobre como superar las dificultades nuevas que se les plantearían.
Ante ese primer día en 7mo. grado la emoción, ansiedad, alegría y temor eran muy grandes. Se esperaba un trato parecido al de primaria pero entendiendo que ahora se era «más grande», pero que también eran los mas chicos del centro educativo; se esperaba empatía y gestos agradables que le hiciesen sentir como en casa o en la escuela anterior. Se asiste al primer día de cada año, con cientos de preguntas en la cabeza: ¿cómo serán los profesores?, ¿como serán los nuevos compañeros?, ¿que debo decir?, ¿cómo me tratarán?… Todas estas interrogantes acompañadas con el deseo de mejorar, obtener buenas notas y por supuesto de sentirse parte del grupo y sentir afecto por parte de los docentes y compañeros.
Pero que se consigue muchas veces en los primeros días: docentes rígidos y autoritarios que plantean esta nueva etapa como un reto difícil de superar (un imposible para lo cual no están las y los nuevos alumnos preparados), inmensas lista en las cuales está la sección que corresponde y que para llegar a ellas es necesario flanquear a mucha gente; si se corre con la suerte de llegar a la lista… ¡Oh! ¡sorpresa! No sé donde está el aula designada… y empezar a preguntar ciertamente atemoriza un poco.
Una vez que se llega al aula, pocas veces hay un cartel de bienvenida en la pizarra, y menos aún un docente que los guíe y converse con ellas y ellos sobre esta nueva situación escolar, sobre las normas a seguir, las responsabilidades, los servicios de la institución y sobre la importancia que tiene para el centro educativo su presencia allí.
Se observa entonces que desde el inicio de la relación con el liceo, existe un quiebre entre las expectativas personales y la expectativas o necesidades de la institución. Pareciese que la relación cálida y directa que se tenía con los docentes en la etapa anterior será una utopía en este nuevo andar… Se construye una relación despersonalizada en donde más que una persona, la o el alumno se convierte en un número en una nómina y un pupitre lleno en el aula de clases. Esta carencia de vínculos merma el sentido de pertenencia y la motivación al logro, lo que puede verse traducido en respuesta violenta, deserción escolar o mínimo apego a los problemas o iniciativas de la institución.
Así como cuando la niña o el niño llegan al mundo, y empiezan a conocer y a estrechar los lazos con quienes serán su familia, este momento de la vida requiere compañeros y adultos que se muestren dispuestos a conformar «una familia» dentro del aula de clases, con relaciones basadas en el afecto, la solidaridad y el respeto mutuo como pauta. Si desde el inicio construimos un ambiente de confianza y cercanía será más fácil poder incorporar los parámetros de trabajo, de responsabilidades y derechos de todos en la dinámica del proceso enseñanza aprendizaje.analia lucero candia
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