LEJOS DEL NIDO

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    LEJOS DEL NIDO

    para Tincho

    La escena transcurre en los años 50, en la vereda de un barrio porteño. Hay gente abrazándose y diciendo frases emotivas para despedirse. Los que se van, son dos amigos que decidieron recorrer kilómetros y kilómetros a bordo de una desvencijada motocicleta que, paradójicamente, se llama “La Poderosa”. Los que los despiden, son sus familiares y amigos.

    El viaje es osado y seguramente se les presentarán dificultades. Por empezar, Ernesto, uno de los jóvenes, es asmático. Además, la motocicleta pierde aceite y para colmo, van con poco dinero. Ninguno de los protagonistas de la escena, sospecha que ese viaje les servirá para ver la realidad latinoamericana y sembrar en Ernesto la semilla del deseo de hacer la revolución. Nadie, ni él mismo, sospecha que ese joven en motocicleta se transformará en el Che Guevara. Pero eso es parte de otra película, es decir, de otra historia.

    Ahí están, entonces, los personajes intercambiando miradas y abrazos, y llega el momento en que Ernesto se despide de su madre. Pocas palabras, intenso contacto y mientras el muchacho se separa del abrazo materno, ella le dice con ternura y preocupación, señalándole el cuello:”Ponéte el pañuelo…”

    En ese punto, no pude contener el llanto. Mi pareja, con quien estábamos viendo la película “Diarios de motocicleta”, me miró desconcertado. No era para tanto, los muchachos se iban contentos, no se justificaban mis lágrimas.

    – ¿Por qué llorás? – me preguntó.

    – Es que el hijo se va…

    Esa frase sencilla y cortita, le sirvió para comprender y justificar mi llanto.

    Es que mi hijo mayor se fue. No en motocicleta, no a recorrer lugares desconocidos… Se fue en micro de línea, con el bolso lleno de ropa, algunos libros y su música, a estudiar lejos de aquí. Se fue y es bueno que se haya ido. Se fue no solo a estudiar: se fue a crecer y a conocer nuevas personas, nuevos códigos, nuevos desafíos. Se fue, y cuando arrancó el micro, en los ojos se le veía felicidad y miedo, todo junto, mientras participaba de esa serie de gestos tontos que todos hacemos en la terminales, cuando empieza a irse el ómnibus.

    Él en el micro, viendo por la ventanilla cómo la geografía se va poniendo verde hacia el norte; hablando con gente que no conozco; imaginándose el futuro todo nuevito, por estrenar. Yo acá, acostumbrándome a preparar una porción menos de comida; buscándolo en el MSN para sentir que estoy un rato con él; imaginándome cómo son sus días.

    Es que mi hijo mayor se fue y dejó acá su cama y su infancia. Su lugar en el placard sin nada y la biblioteca más flaca que de costumbre. Yo me quedé, intentando rearmar en mi cabeza su historia, para poder entender cómo sucedió que el bebé que hasta hace un minuto yo estaba acunando, se había convertido de repente en un joven con ganas de echarse a volar.

    La teta; la mamadera; el puré y el yogur; las milanesas y las papas fritas; las tortas de cumpleaños; los sabores nuevos; los platos sofisticados. Ahora, lejos del nido, él aprende a combinar ingredientes para alimentarse todos los días.

    El libro de hojas duras e imágenes coloridas; los cuentos inventados o leídos cada noche; el libro con letras de imprenta para que él pudiera leerlo; las historietas; los libros de la escuela; los cuentos, cada vez con más letras y menos dibujos; la primera novela. Ahora, lejos del nido, él devora fotocopias y libros universitarios.

    La primera fiebre; la varicela; la tos; los baños de vapor y las palmaditas en la espalda; la venda; la operación; el yeso; los antibióticos cada ocho horas; el turno con el dentista. Ahora, lejos del nido, él elige cómo bancarse la gripe, prescindiendo de mis cuidados.

    Las canciones de cuna; las canciones inventadas; María Elena Walsh y el Pro Música de Rosario; Los Beatles; MTV; la música de los boliches; los viejos grandes grupos; la música selecta bajada de Internet. Ahora, lejos del nido, él descubre la adrenalina de los grandes recitales.

    Las primeras palabras; las preguntas; las frases maravillosas; las conclusiones; las quejas; las discusiones; las charlas filosóficas; los cuestionamientos; las confesiones. Ahora, lejos del nido, él podrá repensar lo dicho y lo no dicho. Lejos del nido, la comunicación vertiginosa del chat, será el más preciado tesoro.

    Gatear, caminar, correr, bailar; la “zapatilla”, para recorrer el living; el triciclo, para recorrer la vereda; la bici con rueditas, para recorrer la rambla; la bici, para recorrer las calles; el auto, para recorrer la noche. Ahora, lejos del nido, él despliega las alas, para recorrer la vida.

    Y yo lo despido, feliz, esperando que use el pañuelo.

    http://www.felatylbor.com.ar
    fela@felatylbor.com.ar

    [Anonymously Posted by: ‘Fela Tylbor’]

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